Recientemente me tocó ejemplificar el concepto “primero”
en mis clases de español para extranjeros. Y hoy, siguiendo un principio de (des)orden,
me viene a la mente el significado de “segundo” en una de sus acepciones. No me
interesa tanto el quedar segundo (o ser un segundón) como el valor de realizar
algo por segunda vez. La repetición buscada. Y suele suceder que cuando
admiramos algo por segunda vez no encontramos —ni siquiera buscamos— esa
repetición. Se desvela una nueva visión y se descubre un nuevo placer en ese
encuentro. En esos libros que no se agotan en su primera lectura. En la canción
que no nos cansamos de oír. En la imagen que nos devuelve sensaciones
diferentes cada vez que la observamos. Y en la película que los sentidos nos
reclaman un nuevo visionado.
El ejemplo más claro de ello es ‘Emak Bakia Baita’, la película de Oskar Alegría. Y ello puede
constatarse en el numeroso grupo de integrantes de ‘Emak BI-kia’, aquellos que
disfrutan nuevamente de algo que pueden encontrar en el film, y entre los que
me incluyo. Algo particular y
diferente en cada caso, pero que le da un valor añadido a la película. Fui
testigo e invitado de excepción de la fundación del grupo. Y aquí resumo una
breve crónica de lo acontecido.
Todo tuvo lugar una tarde-noche en el año dos mil y pico después
del nacimiento de un conocido de Brian. Los integrantes del recién surgido
grupo ‘Emak BI-kia’ hicieron lo que todos los vascos que se jacten de serlo.
Organizaron una reunión fundacional del grupo, se repartieron cargos sin
relevancia alguna tras mediar una discusión acalorada, y al término de la misma
cada uno seguía más enrocado en sus posturas previas si cabe. Después, ya
conscientes de la imposibilidad de llegar a ningún punto en común, tomaron las
calles de la ciudad de la magdalena o Magdalena-ville y se dieron a las tres
cosas que un vasco indefectiblemente hace los fines de semana con fruición, por
este orden: comer, beber y quejarse de que lo único que hace es comer y beber.
Cinco gin-tonics más tarde, y con cinco grados menos de dignidad, el panorama
era desolador. Los pocos representantes del grupo que quedaban en pie daban
muestra de la involución de la estirpe vasca: alguno hacía algún ligero
movimiento de hombros de izquierda a derecha que cualquier etnólogo (con “t”) se
resistiría a calificar como baile; otro torturaba los oídos de una incauta que
tuvo la terrible ocurrencia de pedirle papel de fumar; el resto se desgañitaba aullando
con el karaoke del bar, sin reparar que lo que se mostraba en la pantalla de la
tele era una peli sueca de autor con subtítulos en inglés.
Finalmente, alguien hizo la pregunta de la noche: ¿oye, de
qué nos conocemos, Patxi? Hombre, de Anoeta, ¿no? Peña Bikiak nos llamamos, pues.
¡Joder, qué poca memoria tenemos en el grupo! Y Patxi empezó a hablar, con ese
discurso atropellado pero al mismo tiempo certero de un borracho inquieto. Con la
lengua que se tropieza en cada bordillo del labio, pero sin magullarse. Con la
mirada inquieta tras el foco que se mueve al son del viento enfocando una vaca disecada
sobre el verde.
Y antes de retirarse a casa, Patxi contó a sus compañeros de
peña realista que recientemente había soñado con princesas rumanas. En su sueño
los cerdos de esa granja permitían que algo
que caminara sobre dos pies no fuera un enemigo. Cerdos que, al
despertarse, no se habían convertido en ratones de cuento, sino que seguían
siendo los mismos cerdos gregarios cuya vida tenía sentido en comunidad. Y las
bellas parisienses soñaban y despertaban generando un efecto con sus párpados
en quienes les observaran que… que quizá, en otro lugar, las lágrimas no
estuvieran cerradas en un sarcófago de momia milenaria, sino que a pesar de los
años se mantuvieran en la memoria de piedra de algunas casas, o en las piedras
bajo el mar. Y que realmente despertaran para que alguien con su cara
maquillada todavía hiciera sonreír y para que pudiera contar los pájaros que
vuelan libremente en ese mundo. En un mundo donde el azar todavía tiene mucho
que decir en el patrón de búsqueda (de comida) de algunos animalillos salvajes del
bosque. Y en el sueño de Patxi quizá nosotros no seamos otra cosa que esos
animalillos.
Eta hau hola ez bazan, sar nazatela kalabazan.
P.S.: En una frase: lo único relevante de este post más
caótico que nunca es que, si no has visto ‘Emak Bakia Baita’ ('La casa Emak Bakia'), que sepas que te estás
perdiendo algo.