La nave se me había encallado en mi viaje cerca de las costas
de Panderetilandia. Parecía que había sufrido considerables desperfectos y
urgía una parada técnica más larga de lo diseñado en la estrategia. Mi
embarcación estaba hecha una piltrafilla y se mimetizaba a la perfección con el
lugar al que me estaba aproximando.
Para sobrevivir mientras la barca estaba en boxes, resolví
buscar un empleo temporal. Enseguida me indicaron que el adjetivo era
innecesario: todos los posibles oficios que me permitieran ganarme el sustento
no aceptarían otro calificativo. Me puse en la cola del paro, pero no tardé en
darme cuenta de su longitud y movimiento inverso, y de que me iba a costar menos
regresar de las guerras de Troya que enmendar mi situación de desempleo. Así
que me lancé al emprendizaje, apoyado por el clamor de las clases políticas y subyugado
por sus supuestas bondades.
Encontré casualmente tres libros en un basurero, los cuales
ni habían sido incinerados, ni recogidos de forma selectiva en su contenedor
correspondiente. Huelga decir que estaban cubiertos de restos de comida, en
concreto de flor de huevo y tartujo en grasa de oca con chistorra de dátiles, y
de otros alimentos que no pude identificar. Las hojas de los libros desprendían un
olor a podrido indescriptible, pero me armé de valor (en peores batallas he guerreado
allende los mares) y me liquidé los tres libros antes de desmayarme.
Y ahí obtuve mi respuesta: ¡Me haría escritor de libros de
autoayuda! Sólo me haría falta desarrollar un argumento simplón, adornarlo de
frases obvias pero redactadas con una prosa refinada, y hacer un copiar-pegar
del argumento variando algunas palabras a lo largo de, digamos, 250 páginas o
así. Y me aventuré con mi primer texto, al cual le estoy dando varias vueltas
para que parezca que digo algo más (ya he conseguido alargarlo hasta 180
páginas; mi editor me dice que ponga alguna fábula y más animales para
completar, y ya está). Os dejo este primer texto, que tiene una influencia
clara de los tres libros encontrados en el estercolero.
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Erase una vez una linda princesita de voz ronca y verbo
alterado. La princesita cautivaba a unos y atemorizaba a otros. Por su energía,
por su insolencia, por saberse única y no aguantar sinsorgadas. Y pocos de los
lugareños podían estar a su altura. Los que venciendo su temor se arrimaban
para estar a su vera, comprobaban que no era fácil estar cerca de ella. No
porque ella fuera difícil, sino porque se daban cuenta que no se sentían a la
altura. Y huían. Huían despavoridos.
Y cada vez que esto ocurría la princesita erróneamente se
preguntaba: ¿qué estoy haciendo mal?
Un día, sentada como estaba en el balcón de su habitación,
se le acercó un búho blanco.
-¿Por qué estás triste, princesita?—le inquirió el búho.
La princesita alzó su mirada y se encontró con los grandes
ojos del ave estrigiforme, los cuales escudriñaban a la bella. Tras unos
segundos de titubear, finalmente respondió:
-Porque estoy haciendo algo mal. Nadie parece querer
desposarse y reinar conmigo en estas tierras.
-¿Y por qué crees que estás haciendo algo mal tú, mi ronca
princesita?
-…
-¿Te has parado a pensar lo duro de la responsabilidad?
¿Tener que gobernar en este reino, junto con una mujer agraciada en belleza e
inteligencia, que puede poner en entredicho su valía?
-¿Es ese el problema?
-No lo sé, dímelo tú.
-Si fuera ese el problema, la solución sería fácil y estaría
al alcance de mi mano.
-¿Y es?
-Renunciar a mi reino y no atemorizar a mis posibles
candidatos.
-¿Renunciar a tu grandeza para mezclarte con la mediocridad?
¿Ser tan débil como ellos? ¿Cobarde cuando las circunstancias sean adversas?
¿Esconderte y hacerte sumisa para no asustar a nadie? ¿A cambio de qué?
-A cambio de evitar la soledad.
-Lo entiendo. He conocido a muchas princesitas en reinos
adyacentes que se planteaban el mismo dilema y parecían llegar a la misma
conclusión.
-¿Lo ves? No soy la única que piensa así.
-No. Yo únicamente digo que ellas parecían llegar a la misma
conclusión. Pero no funcionaba.
-No funcionaba. ¿Por qué no funcionaba?
-Porque aunque se quitaran la corona y el ropaje distinguido,
y aunque se vistieran como adefesios, su grandeza estaba dentro. Y esa grandeza
acaba saliendo. Y no podían estar con esos lugareños de alma cobarde y poco
noble. Vale, ya no estaban solas porque había alguien a su lado. Pero se
sentían solas en compañía de aquellos hombrecillos que no estaban a su altura.
Y sus almas seguían penando.
-¿Cuál es la solución entonces?
-No hay ninguna solución. O si la hay, yo no la tengo.
-Pues vaya mierda de búho que eres. En otros cuentos el búho
es sabio y viene con una enseñanza que sirve para algo.
-Mi verdad no te serviría. Tienes que encontrar la tuya
propia, la que te sirva.
-Vale, mañana me paso por una librería a por un librejo de
esos de autoayuda. Si es que… Esto me pasa a mí por hablar con animales. Si ya
decía mi padre, el gggdey, que no me dejaba el reino hasta que no me quitara de
trippies.
-Solamente una cosa antes de que me vaya.
-Sí, anda. Desembucha.
-Esas princesitas de las que te he hablado. Aprendieron a
buscar la compañía de sus amistades. Aquellas que no les daban el placer de un
revolcón, pero que apreciaban su amistad y les recompensaban con el más sincero
de los abrazos.
-Bien. Esas amigas, ¿tenían un dildo o así?
-No. ¿Realmente tan importante es para ti tener una polla
erecta a tu lado?
-Hombre, no voy a negar que me gusta.
-Siempre puedes buscar esto en alguna ocasión suelta.
Pregunta a tu padre, en eso te puede dar más sabio consejo que un animal alado.
O si no, siempre queda la opción de pagar por ello.
-No es lo mismo.
-¿Por qué no es lo mismo? ¿Quizá porque lo que te gusta de
la polla es que tiene un dueño que también te abraza?
-Más o menos.
-Eso llegará si llega, pero no por buscarlo más, ni por que
te quites la corona. Cuando estés preparada y lo busques menos, si ha de ser,
será. La prisa es mala consejera. A alguna de las princesitas que te digo,
entradas en años, hace poco le ha llegado un príncipe de altura. Y el resto
están ahora despreocupadas, jugando con pintura en esas batallas de paint-ball
y pasándolo de miedo.
-Pena no te ha alcanzado a ti un bolazo de pintura, que
estás de un paliducho que rabias.
-Es lo que tiene no salir de día ni ir a la playa. La
melanina, que no me cunde.
-Bueno, voy a mirar eso del Paint-ball por Internet.
-Sí, prueba. Mola mazo. Yo me las piro, que tengo que ir a
asesorar a otras princesitas.
-Espero que tengas un trabajo de verdad, aparte de esta
melonada.
-Sí, descuida. Esto lo hago por vicio, como tú lo de meterte
trippies. En mi jornada laboral me dedico a la televenta: soy operador de una
compañía telefónica. Pero me da pena que tenga que hacer tanto viaje nocturno
para charlar sobre lo evidente, para mí, con princesitas como tú.
-...
-Quiérete mucho, vale.
-De acuerdo.
-Muchos besitos de tu pajarraco alado blanquecino,
princesita preciosa y de voz rasgada.
-Un besazo para ti. La próxima vez que nos veamos te contaré cómo me va lo del Paint-ball. ¿Hacen control anti-doping en eso?
-Un besazo para ti. La próxima vez que nos veamos te contaré cómo me va lo del Paint-ball. ¿Hacen control anti-doping en eso?
EN FIN
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Estoy emocionadísimo. Mi editor me ha dicho que esto será un hit y ya ha empezado a hacerme una campaña de marketing de "cágate, lorito". Es más, ahora que Javier Marías ha rechazado el premio Nacional de Narrativa de Panderetilandia, que lo mismo puedo albergar esperanzas (¿los extranjeros nos podemos presentar?). Si gano mucha pasta, donaré un 1% a... bueno, ya veré qué ONG o causa me da más publicidad. Ya le preguntaré también a mi editor cómo va eso de escaquearme del fisco, que si tengo que vivir en Panderetilandia una temporadilla, tengo que adaptar mi moral al entorno para integrarme y así me consideren como uno más y no me discriminen. Me dijo mi editor, eso sí, que estaba muy intrigado y que quería saber de qué fuentes bebía (quitando el chorro del grifo de la cocina del hotel). No pudo saber cuáles eran las influencias en mi pluma...
Pero si está clarísimo que tres libros leí en el estercolero, ¿no?
P.S.: Si un texto tan políticamente incorrecto no suscita la ira de nadie, sabré finalmente que estamos solos en el universo (o por lo menos que Ulysses lo está en el ciberespacio).