Tuesday, September 13, 2011

El Norte de Ulises: Recuperando la perspectiva del viaje

En la lejanía de Oriente (donde Oriente y Occidente se dan la mano), estoy contemplando el horizonte e intento entender la viveza de esta ciudad. En mi afán de analizarlo todo, me gusta la búsqueda de lo que se me antoja desconocido, de ir más allá de lo evidente o manifiesto. Creo que es una actitud relacionada con la curiosidad pueril y que nos entronca con el deseo de vivir, de explorar, de reinventarse e inventar nuestro entorno. Uno lo puede formular en diferentes términos: ¿Cómo puedo disfrutar más con lo que hago, veo o conozco? ¿Cómo puedo ser más feliz? ¿Cómo puedo alcanzar la serenidad completa, la plenitud? Cualquiera que sea la respuesta (y lógicamente no hay una única respuesta), el mero hecho de formularla nos lleva en una dirección. Hay quien prefiere los juegos dialécticos, hay quien prefiere desmenuzar la realidad, y habrá quien prefiera otras vías. Siempre y cuando los árboles no nos impidan ver el bosque y que el camino no nos lleva a hacerlo de forma obsesiva, yo creo que estará bien. Y por la razón que sea, mi vía preferida, que he convertido en profesión (y afición), es la de intentar ver lo que a veces está oculto. Así que no puedo por más de dejar de hacerlo: conmigo, con lo que me rodea,… pero yo creo que es positivo y a mí me lleva por la vía de la plenitud, al margen de que algún día la encuentre o no. Hace un tiempo —no mucho, ciertamente— me di cuenta que no es tan importante llegar a ningún sitio como embarcarse en el viaje y disfrutar del camino. Y esto es especialmente cierto cuando la meta se antoja una quimera. Sólo cuando dejé de querer ser perfecta y me liberé de tal corsé mental, empecé a disfrutar de las cosas que hacía bien y de intentar hacerlas mejor, sin ninguna presión absolutista neurótica. Y sólo cuando dejé de obsesionarme con la felicidad eterna con mayúsculas, empecé realmente a disfrutar de todo aquello que me rodeaba: de las pequeñas y las grandes cosas, de lo trivial y lo trascendental, de lo concreto y de lo etéreo, y de mis supuestas virtudes y mis supuestos defectos.
Creo que empiezo a desligarme de mi identidad del Ulises errante, cuyo regreso al hogar traslucía un cariz de lo cuasi-eterno. Mi viaje será finito. Ya no dirijo mis pasos hacia mi tierra perdida. Mi casa viaja conmigo, cual caracol que se arrastra lenta pero firmemente una vez que la tormenta ha escampado. Heme aquí, de nuevo en pos del camino por el que elija discurrir.