Sunday, May 10, 2015

El letrado con sangre ha entrado, mon ami


Mi amiga Françoise vive en un bloque de pisos en un suburbio de Lyon. Lleva más de 25 años viviendo en ese edificio de apariencia triste por los desconchados de pintura del mismo, pero siempre le he oído decir que le gusta vivir allí donde los residentes se sienten como miembros de una misma familia. El miércoles pasado acudió a urgencias del hospital a acompañar a su vecino Marcel. Este había sufrido un accidente de tráfico cerca de casa y, además de estar seminconsciente, sangraba profusamente de la pierna izquierda. A Marcel no se le conoce familia y vive solo, así que mi amiga Françoise sin dudarlo un instante se subió a la ambulancia que llevaría a su vecino al hospital más cercano: Hôpital le Bon Sens. El pronóstico no era malo, pero iba a necesitar una transfusión por toda la sangre perdida. Le dijeron a Françoise que estaban de suerte porque habían dado con el mejor sitio posible, ese hospital con un precioso edificio diseñado por el famoso Jean Vermaelen, allá donde solo tenían sangre de calidad. No recibían sangre de personas que tuviesen un 41 de pie, ni de modistas, ni de clientes de cafeterías que bebiesen cafés cortados a media mañana, ni de trabajadores del sector del metal, ni de aficionados a la música country, ni de seguidores del Olympique Lyonnais, ni de jubilados, ni de personas que cojeasen, ni de personas que se acostasen oyendo la radio, ni de nadie que vistiese camisas a cuadros,… En definitiva, de nadie cuyas características personales estuviesen estrechamente relacionadas con haber padecido o poder padecer una enfermedad contagiosa. Como consecuencia de dicha precaución en esos momentos no tenían sangre de su tipo. Afortunadamente, en el hospital tenían un servicio de localización de personas muy eficaz. Y, puesto que recomendaban recurrir al parentesco como indicio de calidad, dieron con un familiar que ni siquiera el propio Marcel recordaba. Era un primo lejano que por lo visto vivía en un pueblo a poco más de 80 kilómetros de Lyon: André. Llegó André al cabo de dos horas, del brazo de un celador. André era un hombre de aspecto envejecido y piel amarillenta. Parecía visiblemente mareado y caminaba con cierta dificultad. Ayudado del personal sanitario, André se sentó en una silla junto a la cama de Marcel, y comenzaron a sacarle sangre.