Sunday, October 6, 2013

Mi navío sobre el oro negro






Cuando navegaba en mi navío, mi único temor era no poder dominar la mar rizada; exaltada y mostrándome un coraje insolente. Pero su color me tranquilizaba. Porque el mar era dulcemente azul, aunque no fuera siempre marino. Se mostraba en varias tonalidades, hasta las más oscuras, pero siempre bañado en placentero azul. Ahora el mar también es azabache. Y esa negrura me da más miedo que cualquier atronadora tempestad. Porque es una oscuridad que emerge del silencio. Que callada asusta porque en ella solo algunos oyen el gemido casi imperceptible. 


No hace muchos años unos brazos lejanos dejaban su sudor y era este carburante humano y no otro el que puso en marcha el engranaje del viejo continente. Hoy es el carburante, el más tenebroso en sus tonalidades y matices, el que envuelve y ahoga a unas cabecitas, y de cuyas frentes no resbalarán nunca gotas porque el engranaje se ha oxidado. Alguien estira el brazo, pero se resbala su cuerpo. Se desploma, pesado, hacia un fondo marino; no más negro que la superficie, no más negro que los corazones.

¡Cuánto temo navegar ahora!: La mar está demasiado en calma.

“[…] se ha hundido así, sin un grito, con aquellos ojos que me miraban…”


4 comments:

  1. Me suena a metáfora sobre la tristeza de la soledad enlazada con el naufragio de Lampedusa ante una Europa que ya no necesita mano de obra barata, ¿me equivoco?
    ¡Un abrazo!

    ReplyDelete
    Replies
    1. Desgraciadamente no te equivocas. Es tal cual. Si bien la tristeza de la soledad proviene de la soledad del individuo como resultante de la falta de solidaridad.

      Delete
  2. Muy emotivo, Itzi. Un saludo.

    ReplyDelete
    Replies
    1. El problema es que no conmueve a demasiado gente, y no me refiero al texto, si no al hecho al que hace referencia. Un saludo, Raúl.

      Delete